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Una crisis convulsiva en un niño es una situación repentina, brusca, no esperada, que puede ocurrir en cualquier momento, sin previo aviso y que suele causar mucha ansiedad en el entorno donde se produce, ya que da impresión de urgencia y gravedad. Además,  cuando ocurre en un colegio, el entorno es de personas responsables de muchos niños, que aunque tengan experiencia en su profesión, ésta no tiene relación con la sanidad, no estando preparados para abordar semejante situación, aunque si para llevar un protocolo en el que incluiría un apoyo inicial al paciente, vigilar los síntomas, control del tiempo, buscar una ficha del paciente si ya es conocido para ver acciones a realizar (normalmente aconsejadas por el pediatra), y petición de ayuda especializada y aviso a sus familiares. Normalmente suelen encargarse varios profesores a la vez, que suelen aportar su ayuda cuando se presenta la situación.

Habitualmente una crisis convulsiva suele estar iniciada por una descarga cerebral que en su generalización provoca una sucesión de síntomas que suelen abarcar pérdida de conocimiento, pérdida de equilibrio con caída al suelo, y movimientos musculares que pueden ser de tipo rígido en extensión (tónicos) , en flexión (clónicos) o ambos (tónico-clónicos). También puede haber flacidez y falta de movimientos, relajación de esfínteres, mirada fija hacia arriba, a uno de los lados o al infinito, movimientos de la cabeza, salivación, náuseas, dificultad para respirar, fiebre, y otros síntomas variables en función de la zona cerebral donde se producen las descargas neuronales.

La actuación inicial debe ser atender al paciente fijándonos en su respiración, tumbarlo y ponerlo de lado en la llamada posición de seguridad por si tiene un vómito o alimentos en la boca, o que salga mejor la salivación que se produce. Hay que aflojarle la ropa o retirarle objetos que le aprieten, procurar que no se pueda hacer daño sobre todo en la cabeza y que no tenga obstrucciones en la vía aérea, pero sin ponerle nada en la boca, únicamente se podría poner la punta de un pañuelo o tela para que no se muerda la lengua con las contracciones mandibulares.

Iniciar un control del tiempo y buscar la medicación que estuviese previsto utilizar en cada caso. Suelen utilizarse medicamentos anticonvulsivantes en solución que se aplican por vía rectal y otros por vía transbucal,  y tienen un efecto rápido en parar las convulsiones. Nunca debe dejarse al niño sólo. Deben también avisarse a los familiares y al teléfono de emergencias (112) buscando ayuda médica.

Pasados los primeros instantes por si cede la crisis de forma espontánea se administrará la medicación que esté indicada por su médico para estos casos, que suele ser una canuleta rectal de diazepam a la dosis adecuada, o de midazolam oral mediante émbolo de jeringa sin aguja, aplicándolo contra la mucosa entre la encía y la mejilla interna. En las convulsiones febriles se valorará añadir paracetamol rectal si no se había administrado paracetamol previamente.

Si pasa la crisis se valorará el estado de consciencia y la memoria, se mantendrá en posición lateral, se volverá a valorar el estado de la respiración y la vía aérea, tranquilizando al paciente. Se avisará a los padres o tutores y se seguirá inicialmente sus instrucciones, aunque se llamará de todas formas a emergencias médicas si se prolonga la convulsión más de 10 minutos o si hubiese impresión de dificultad respiratoria o cualquier otra incidencia que no se considere esperada. Se avisará siempre a emergencias médicas si no es un caso conocido y no estuviese previsto que pudiera ocurrir.

Hay que tener en cuenta que las crisis convulsivas pueden ser febriles, debidas o no a una epilepsia, pero también, aunque sea raro, puede ser por otros motivos agudos más graves como infecciones que afecten al cerebro.

Equipo del INVANEP

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