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Los tics se definen como contracciones musculares breves, involuntarias, súbitas, no rítmicas, que se manifiestan como movimientos estereotipados y sin propósito. Suelen comenzar en la infancia entre los 3 y los 8 años, generalmente como tics faciales o palpebrales, más frecuentes en el sexo masculino.

Hay un pico epidemiológico de mayor intensidad en la segunda década de la vida, con una marcada reducción a partir de los 19 o 20 años.
Su expresión clínica es muy variada. La más conocida es la motora, pero también puede ser fonológica, provocada por contracción de la musculatura respiratoria, laríngea o nasal, ocasionando vocalizaciones, gritos, gruñidos o sonidos guturales. En ambos casos, pueden ser simples o de naturaleza más compleja, por contracción de diversos grupos musculares ocasionando una serie de movimientos simultáneamente, y pueden aparecer de forma aislada o combinada.



Habitualmente se presentan como un trastorno de tics primario, pero su origen también puede ser secundario a otra enfermedad subyacente o ir asociado a ésta.

Tienen una evolución cambiante a lo largo de la vida, pudiendo evolucionar de simples a complejos, hacerse crónicos o haber periodos de remisión para reaparecer posteriormente.

En ocasiones los tics son precedidos de una sensación corporal interna o “necesidad” de realizar el movimiento (“tengo que hacerlo”, “si no lo hago, estoy a disgusto”), que genera tensión psíquica en el individuo y se alivia al manifestar el tic. Son en algunas ocasiones controlables por la voluntad, pudiendo ser reprimidos, pero esto conlleva un aumento de dicha tensión y a la expresión final de los tics de forma explosiva. Pueden disminuir con la concentración y atención selectiva en una tarea específica, manifestándose de forma brusca cuando ésta cede.

Como la mayoría de los trastornos del movimiento involuntarios, aumentan con el estrés, pero también con la relajación máxima después de permitir que se expresen. Estas características hacen de los tics un trastorno que en muchas ocasiones es interpretado por familiares como un comportamiento intencionado del sujeto.

La etiología se orienta a la disfunción de estructuras cerebrales profundas llamados núcleos de la base y a la relación frontoestriatal, relacionándose también con la afectación de las vías dopaminérgicas, noradrenérgicas, gabaérgicas y pepti-dérgicas.

Como en todos los trastornos del movimiento, los tics se diagnostican fundamentalmente en base a su expresión semiológica apoyándose en pruebas complementarias que nos permitan realizar un diagnóstico diferencial con otras entidades Siempre habrá que descartar causas medicamentosas, tóxicas y estructurales subyacentes, para lo cual es conveniente realizar una prueba de imágen preferiblemente resonancia magnética cerebral. Un análisis inicial con un estudio básico, cobre en orina de 24 horas y ceruloplasmina en sangre, permitirá descartar otras entidades (p.ej. enfermedad de Wilson) . Los estudios genéticos se realizarán cuando la impresión diagnóstica lo justifique (p.ej. enfermedad de Huntington, distonía primaria), o con fines de investigación. El diagnóstico diferencial debe hacerse con todos aquellos trastornos neurológicos que cursen con movimientos de carácter súbito y breve, no rítmico, o desórdenes neuropsiquiátricos en los que puedan darse movimientos repetitivos de aparente carácter voluntario. El tratamiento idóneo de los tics debería ser multidisciplinario, implicando a médico de familia, pediatra, neurólogo infantil, psicólogo, logopeda, familia y profesores.

Hay que tener muy en cuenta que los comportamientos obsesivo-compulsivos o el déficit de atención e hiperactividad, los trastornos de conducta o del aprendizaje que pueden estar relacionados con un trastorno de tics, a menudo son más limitantes que el propio hecho de tener tics. Por tanto, es necesario primero identificar el problema principal antes de plantearse la terapia farmacológica.

La experiencia empírica señala una tendencia a mejorar con la edad y llegar al comienzo de la edad adulta. De no ser su evolución la más favorable, los pacientes suelen aprender a convivir con sus tics, pudiendo desempeñar sin dificultad su papel social y laboral. Por ser movimientos de aparición paroxística pueden ser confundidos por crisis de origen epiléptico , de allí su importancia de caracterizar bien la sintomatología a través de la observación y evaluación del pediatra y del neurólogo infantil.

EQUIPO DEL INVANEP

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